Quiero compartirte la experiencia de
una mujer con quien recién realicé un entrenamiento 1 a 1 en uno de mis
programas de Mentoría Pareja&Liderazgo con Propósito.
Ella es profesional y se dedica a la
asistencia en salud. Está a cargo de dos hijos jóvenes, 18 y 21 años, sin un
esposo que la respalde con las responsabilidades financieras y de crianza, se
dedicó a trabajar para brindar educación, lujos y gustos a su familia y quizás
de esa manera subsanar en parte la culpabilidad por la falta de una figura
paterna para sus hijos.
Los problemas comunes a los
adolescentes -no estoy diciendo que normales- no tardaron en aparecer:
rebeldía, drogas, desorden, desobediencia, mentiras y uno que otro lío
callejero.
La compensación: esta mujer triplicó su
jornada laboral que iniciaba a las 3 de la mañana en casa, para luego ir a
cumplir con su trabajo y regresar en la noche a seguir con otras tareas
domésticas adicionales. De igual manera, crecían de manera exponenecial los
regalos de tecnología, ropa, calzado, viajes y lujos para sus hijos.
Mientras “más se mataba”, como ella lo expresaba, más crecía la apatía,
irresponsabilidad y grosería en sus hijos.
En determinado momento se conscientizó
de que sola no podía hallar las soluciones a su situación de vida. Vino a mí
referida por alguien, con expectativas de encontrar respuestas. Sin embargo, se topó con una muralla y era invertir
en sí misma.
Fue el primer trabajo personal que requirió:
si invertía en sí misma a qué se enfrentaría, a qué renunciaría, qué dejaría de
pasar en su vida que hasta ahora le había servido como muleta de justificación
y autocompasión.
Ella descubrió como durante su vida
había utilizado el dinero como una excusa: sí, claro siempre tenía para
sostener la falsa imagen de la proveedora excepcional y brindar a sus hijos un
estatus de cubriera falencias emocionales. Y a su vez, una justificación
mediante la escasez porque no le alcanzaba para invertir en sí misma, en su
crecimiento y autoconocimiento.
Ángela Rojas
Coach de Pareja&Liderazgo con
Propósito